sábado, 26 de mayo de 2012

Por este hombre...


Por este hombre...

"Por este hombre de tranquilos gestos llegué a pensar que Dios era mentira.Por este hombre que miraba asombrado la tristeza en mi rostro.Por este hombre que no entendía el motivo de mis llantos.Por este hombre que huía de mis explosiones y se encerraba en un sueño que lo aislaba de mi dura realidad.Por este hombre yo he pasado noches levantadas, maquinando venganza al mirarlo dormir como si nada de mí le interesara.Por este hombre conocí las luciérnagas que se encienden en la sangre y producen una hoguera en el territorio del cuerpo enamorado.Y aprendí también a castigar diciéndole que no.Y aprendí la soledad, el empecinamiento, la rabia, la rutina, la garganta ahogada, los celos, la desconfianza, el miedo, los reproches, las espinas, la sal.Por este hombre conocí la bruma, la oscuridad, la asfixia.Por este hombre no me quedé quieta desde el día en que decidimos intentar todo juntos.No tuve reposo, ni quietud.No tuve tiempo para otra cosa que no fuera exigirle, exigirme, pedirle, darle, quitarle, obligarlo a recibir.Por este hombre de voz pausada y ojos comprensivos ya no me queda nada por conocer.Todas las tramas, todas las redes, todas las cadenas, todos los matices.Y soy una mujer igual a todas.Y él un hombre muy parecido a todos. Y la nuestra, una historia que se repite a diario...La historia con iniciales de cansancio, que a cada uno le parece única, irrepetible, diferente.Es la historia de la falta de tiempo para estar juntos. La historia del cansancio y el sueño. La historia de ser jóvenes y tener que luchar por el futuro.Y él no entiende por qué una es tan dramática.Y él no entiende por qué una le da importancia a cosas pequeñitas como el olvido de una rosa.Y una lo ve un monstruo frío, sin compasión ni sentimientos.Y él la ve a una imposible, incapaz de aceptarlo, de conocerlo.Y el orgullo de ambos, el empecinamiento, la fatiga, las heridas constantes van dibujando un límite que separa...; primero puntos suspensivos, como los de los mapas; después, un hilo de agua; por fin, una montaña.¿Y dónde están los que una vez sintieron que no podían vivir separados?¿Dónde están los que temblaban cuando sus manos se rozaban apenas?¿Dónde están los que recibían la madrugada conversando?Allí, a cada lado de la montaña, solos.Cuestión de dar un paso y voltearla.Cuestión de hacer caer la piedra con los llantos.Cuestión de desviar el curso de los ríos para que la echen abajo.Sólo bastó que yo le entregara mis ojos mansamente y lo dejara mirarme en ellos.Que se ablandara mi tensión, y mi cuerpo reconociera en él al dios, al mago.Que refloreciera mi ternura.Que dejara fluir naturalmente mis palabras, mis pensamientos, mis ganas.Por este hombre de manos como nidos. Por este hombre de tranquilos gestos. Por este hombre de voz pausada y ojos comprensivos, conozco la felicidad, la paz, la suerte de haber llegado a un puerto sin tormentas, a una orilla de luz, a una permanente construcción, a un encuentro en el que nos reconocemos y nos necesitamos."
P.B.

sábado, 7 de abril de 2012

Cómo hacerte saber

Cómo hacerte saber que hoy es diferente,
que hoy no espero tu llamada, tu mensaje,
que hoy no necesito sentir tus brazos rodeando mi cintura,
que hoy no deseo ansiosa el momento del beso,
que hoy no imagino cómo será nuestro encuentro,
que hoy no sueño con nuestro futuro juntos,
que hoy no se alteran mis sentidos al rozar tus manos,
que hoy no fantaseé al escucharte susurrar,
que hoy no lloré emocionada escuchando una canción de amor,
que hoy no me atemoriza que me dejes sola,
que hoy no sonreí recordando la manera en que me nombras,
que hoy no quiero herirte.

Cómo hacerte saber que hoy ya no te amo...
A.S.

domingo, 12 de febrero de 2012

Háblame de papá

Le daba miedo alzarte, tan pequeñita en una cuna que parecía tan grande.

Y yo le decía que no eras de vidrio, que no te ha­rías añicos ni te quebrarías... "¿No ves la fuerza que tiene tu niñita cuando te aprie­ta el dedo?", como si temieras que él hu­yera, lo sujetabas con tu manito llena de hoyuelos.

No se animó a bañarte él solo, pero sí lavó pañales sucios cuando no pude hacerlo.

Y se levantó por las noches a entibiar la mamadera y a pasearte en brazos cuando te dolían las encías porque cortabas los dientes.

Vio tres veces La escuela de las hadas y La Cenicienta y Hansel y Gretel porque te gustaba volver a ver cada obra de teatro infantil.

Y le contagiaste la rubéola: a vos te atacó suave, la pasaste saltando y corrien­do... pero él estuvo una semana en cama, colorado, con fiebre y dolor en los huesos.

Te ayudaba a construir castillitos de arena en la playa, en cambio... sólo pu­dieron hacer una inexplicable cajita para guardar clips con las quinientas piezas rojas y blancas de un Rasti en cuyo pros­pecto se veían maravillosos edificios, mo­linos y barcos "que cualquiera podía reali­zar siguiendo las fáciles instrucciones adjuntas".

Te regaló un tambor con el que no lo dejaste dormir la siesta durante dos meses. Y una guitarra que aún tocás a veces...

Te sorprendió haciéndote la rabona con una compañera, y se las llevó a las dos a almorzar, arrancándoles la promesa de que no lo repetirían.

Era el encargado de llevarte a los baile­citos y buscarte a las tres de la madrugada, junto con un montón de chiquilinas que repartía casa por casa.

Los chicos amigos tuyos lo llamaban por su nombre de pila y le hacían confidencias. Amaba la juventud, el barullo, la música atronando. Siempre estaba prohijando a los que no tenían sólidos hogares, dinero para entradas a los recitales, alguien con quien charlar.

-¿Ustedes vinieron a conversar con él o conmigo? -los increpabas, doblemente celosa de unos y otro.

Mi papá, decías. Y eran dos palabras redondas y orgullosas, llenas de luz y admi­ración. Todo lo sabe y todo lo resuelve. Era verdad. Para todo tenía una explica­ción, y conocía los engranajes y el motor de las cosas.

Nunca habló mal de nadie, pues pen­saba que el que obraba mal algún motivo profundo y doloroso tenía, y había que entenderlo y ayudarlo.

Le interesaba todo: escuchaba con aten­ción, se solidarizaba al punto de no dejar desprotegido y solo a nadie que conociera.

Nunca se aburría. Se aburren los idio­tas, decía, Yo siempre tengo algo que hacer, que oír, que leer, que pensar, que mirar...

Disfrutaba trayéndonos cosas que nos gustaban para que supiésemos que está­bamos en su pensamiento: ramitos de vio­letas, chocolatines, medialunas todavía ca­lientes, una goma de borrar con olor a frutilla, hebillitas de mariposas...

Respondía a tus preguntas con largas explicaciones que te cansaban, y solías pe­dirle Decime que sí o que no, pero no me expliques por qué.

Nunca se alabó a sí mismo ni humilló a nadie.

No dejó cosas por la mitad.

Fue pacifista y pacífico, conciliador, arriesgado y emprendedor. Pero creo que sus dos cualidades más bellas fueron su ge­nerosidad y su ternura.

Sí, algún defecto tuvo. O varios. Pero todos quedaban empequeñecidos por una estrella de primera magnitud que brilló en cada instante de su vida: la solidaria amistad.

No tendremos, hija mía, otro amigo como él: que nunca nos pidió cuentas de nada y estuvo de nuestra parte siempre, sin poner condiciones, ayudando primero, preguntando después.

Vos querías que te hablara de tu papá, del que le abrió la jaula al jilguero como compinche tuyo, del que arreglaba tus líos con profesoras iracundas y amigas ofen­didas, del que murió cuando tenías quince años, llevando en el baúl del auto el pan, la leche y una lata de dulce que traía a casa. Del que te enseñó que hay que buscar un "punto de referencia" para dimensio­nar las cosas. Del que tenía la rara valentía de emocionarse sin disimularlo y demos­trar su cariño sin avergonzarse.

Bueno, así era.

El resto... lo ves en las fotografías, desde las que siempre parece estar mirán­dote complacido y cómplice, tan feliz de que seas su hija, y un poco extrañado, qui­zá, de que hayas crecido tan a prisa…


POLDY BIRD