martes, 17 de febrero de 2009

El revés de las lágrimas.


...lenta y trabajosamente, la verdad aparece frente a ella: la vida es así, ese conjunto de emociones, sapiencias, errores, tropiezos y felicidades estaban allí para ser vividas, tomadas o no, uno decidía, independientemente de los rezos o las súplicas esto era así, terrible y maravilloso, no era bueno ni malo, simplemente, sucedía. Los hilos de las vidas se cruzaban como caminos invisibles haciendo que sucedieran las cosas, como cada invierno resucitaba en la primavera cuando los brotes estallaban llenos de savia, y las flores eran la celebración del despertar; rezáramos o no, ocurriría igual...
...se trataba de celebrar la vida en tanto la tuviéramos, sacando lo mejor de nosotros para hacerlo, sin recursos plañideros, lloriqueos y trueques de promesas a cambio de algo.
Cristina Loza

jueves, 12 de febrero de 2009

Diálogo sobre un diálogo.

A- Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.

Z (burlón)- Pero sospecho que al final no se resolvieron

A (ya en plena mística)- Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos.

Jorge Luis Borges

Celebración de la amistad.


En los suburbios de La Habana, llaman al amigo mi tierra o mi sangre.

En Caracas, el amigo es mi pana o mi llave: pana, por panadería, la fuente

del buen pan para las hambres del alma; y llave por...

-Llave, por llave -me dice Mario Benedetti.

Y me cuenta que cuando vivía en Buenos Aires, en los tiempos del terror, él

llevaba cinco llaves ajenas en su llavero: cinco llaves, de cinco casas, de

cinco amigos: las llaves que lo salvaron.

Eduardo Galeano.